¿Qué nos pasó a partir del 18 de octubre? Es la pregunta que nos hacemos muchos. Seguramente la gente se aburrió de las desigualdades, las deudas, las bajas pensiones, la delincuencia, las listas de espera, la corrupción, los empresarios coludidos, la ineptitud de algunos jueces, la flojera de los parlamentarios, la excesiva burocracia, etc. Este es sin duda el primer jinete del apocalipsis.
La ciudadanía dijo basta y salió a protestar, pero parece que hay algo más. Se trataría de la crisis típica de un país de ingresos medios, de la desintegración social que hay en algunas familias disfuncionales, un acto insurreccional organizado por redes anarquistas, y animado por los narcotraficantes, las barras bravas, los delincuentes, el lumpen, etc. Probablemente existe algo de todo eso. Lo ocurrido en Chile, con su secuela de muertos, heridos, inválidos, pérdidas materiales, saqueos, incendios a locales públicos y privados, desempleo e incertidumbre, ha provocado mucho dolor, perplejidad y temor. Nadie lo esperaba y menos con el grado de violencia que hemos visto. Y con seguridad los efectos de esta asonada los veremos trágicamente en los años venideros.
Sorprendentemente, poco nos enseñan las ciencias sociales sobre la dinámica de las movilizaciones radicalizadas. En una alta proporción son jóvenes estudiantes. ¿Qué dicen estos movilizados? La respuesta la entregan a través de los rayados murales que hoy ensucian nuestros pueblos y ciudades. Sus contenidos son, mayoritariamente, consignas obscenas, frases crudas carentes de ingenio y desbordantes de odiosidad.
En el contexto de una democracia que funciona, ese tipo de convocatoria suena a insensatez pura. Y es precisamente la palabra “insensatez” la que entrega una pista. Tiene muchos sinónimos: imprudencia, tontería, irresponsabilidad, o irracionalidad. Es precisamente ese modo de ser y plantearse ante la realidad lo que trasmiten los rayados murales de los “movilizados” y lo que explica el fanatismo de quienes invitan a “continuar la lucha”, a “resistir”, a “destruirlo todo”, sin importar a quienes pueda perjudicar. Cabe preguntarse: ¿Cómo y para qué estamos educando a nuestros niños y jóvenes? Los resultados hasta el momento son francamente atroces.
Para colmo de males estamos sufriendo una tremenda sequía que ha dejado a muchos chilenos y comunidades rurales sin este vital elemento. Es el segundo jinete del apocalipsis. El agua es vida y sin ella el ser humano no puede subsistir. Se han implementado algunas campañas para cuidar el agua y hacer un uso racional y solidario de ella, pero la aparición del coronavirus – el tercer jinete del apocalipsis – nos obliga a lavarnos frecuentemente las manos para evitar el contagio.
Para superar estos ataques apocalípticos debemos mantenernos unidos, preocupados los unos por los otros y rogando a Dios que se acuerde de los que habitamos en esta larga y angosta franja de tierra, casi al final de nuestra América Latina. Pedirle con mucha fe que nos sintamos hermanos, especialmente de los más pobres y desamparados.