No es necesario ser creyente para sentir dolor por las iglesias incendiadas, entre ellas la Iglesia de la Veracruz, la de Ancud, la de la Asunción y la de Carabineros.
Lo más preocupante es que los jóvenes piensen que haya que hacer arder el patrimonio para acelerar los cambios que el país reclama. En las redes sociales celebran esta piromanía con la consigna “La única iglesia que ilumina es la que arde”, una vieja frase anarquista repetida sin pensarla.
Estamos destruyendo lo más valioso de nuestro patrimonio histórico, quemando lo que tiene historia y pertenece a las comunidades más golpeadas y abandonadas por décadas. Chile se enfermó moral y espiritualmente. Esto no es sólo una crisis política.
El resentimiento contra la belleza revela una enfermedad muy grande del alma, pero esa enfermedad no es sólo del que hace la destrucción, pues ese sujeto forma parte de un colectivo que somos todos nosotros o gran parte de nosotros.
Una escritora en Valparaíso escribió sobre la crisis que estamos viviendo y dijo: “Lumpen consumismo: integrado por saqueadores, vándalos y escorias varias, que manejan solo tres verbos… tener, poseer y destruir”.
Parece que descuidamos algunas virtudes y el ataque de nuestros propios demonios ha llegado a ser tan brutal. Nos convertimos en una república con letra chica, nos acostumbramos a no llamar al robo, robo, e incluso a exaltar la pillería como valor.
Incluso nuestro lenguaje se degradó, pues fue secuestrado por los que debiendo ser modelos de integridad, devaluaron la palabra, que dejó de ser creíble, y entonces la autoridad se desfondó. Y por esa grieta entraron los demonios a quemarlo y destruirlo todo.
Hay que escuchar otra vez a los poetas y a los hombres buenos que construyeron nuestra Patria, para limpiar el lenguaje enfermo de groserías y volver a valorar la belleza y la verdad. De esta forma podemos impedir que se siga quemando y saqueando la desdichada alma de Chile.