Continuando con lo publicado en el Boletín anterior, ahora leeremos el relato que él hace de sus primeros años en el Liceo Alemán. Ya tenemos 3 socios que nos han enviado sus memorias y les recordamos que cualquiera puede escribirnos sus recuerdos para ser publicados en esta sección.
No puedo dejar de recordar que en las tardes de invierno yo llegaba con mucho frío a la casa y mi nana Clarisa me tenía “El Peneca” que yo devoraba junto con un rico sándwich y un vaso de leche caliente. Entre otras cosas me gustaba mucho el cine. Los sábados después de clases, exhibían en el Colegio excelentes películas cuya entrada costaba 20 o 30 centavos, es decir era prácticamente gratis. Me entretenía con las películas de cowboys y unos seriales al estilo de las telenovelas de hoy, que nos dejaban siempre con gusto a poco.
Mi formación religiosa se la debo principalmente a mis padres, aunque obviamente el Colegio cooperó a reforzarla. No tuve crisis de fe ni rebeldías, quizá porque en los dos lugares fueron bastante flexibles a la hora de transmitirme la fe. A diferencia de otros colegios, los padres alemanes no nos obligaban a ir a misa todos los días, salvo el primer viernes de cada mes. Con todo, mi religiosidad no llegaba a la que tenía Jorge Medina Estévez, quien terminó siendo Cardenal. Él estaba tres o cuatro cursos más arriba que yo y, sin duda, tenía vocación sacerdotal.
Pese a que todavía era un niño de pantalón corto, recuerdo muy bien algunos acontecimientos que remecieron tanto al país como al mundo a fines de la década del 30. Tanto en Europa como en Chile, había mucha agitación política e ideológica. El comunismo, el fascismo y el nacismo se habían expandido a una velocidad vertiginosa poniendo en jaque a la democracia liberal, mientras que la Guerra Civil Española – iniciada en 1936 – había exacerbado los ánimos de tal manera que se convirtió en la antesala de la Segunda Guerra Mundial, que estalló tres años más tarde.
El año 1939 partió mal. En enero, un terremoto de gran magnitud destruyó la ciudad de Chillán y la zona circundante. Todo Chile se movilizó para ir en ayuda de los damnificados. Hubo alrededor de 6.000 muertos, convirtiéndose en el sismo más destructivo en materia de vidas humanas en toda nuestra historia. Nosotros estábamos en Talca, en la hacienda Mariposas y pese a que el epicentro fue más al sur, se sintió extremadamente fuerte y todos quedamos muy asustados.
Como si todo lo que había pasado fuera poco, en septiembre de 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y el impacto en el Colegio fue grande. El día de la invasión alemana a Polonia, que dio inicio al conflicto, se suspendieron las clases. Yo estaba en Tercera Preparatoria y en todas partes se hablaba de la guerra. En mi casa, mi madre era firme partidaria de los Aliados. Yo, en cambio, sin mayor conciencia de lo que estaba en juego, estaba del lado alemán, impresionado por la eficiencia y organización de su ejército de aire y tierra, la fuerza de sus Panzers y su rápido victorioso avance por Europa.
La gran mayoría de mis profesores eran sacerdotes alemanes de la Congregación del Verbo Divino que habían luchado por su patria en la Primera Guerra Mundial y varios de ellos todavía tenían heridas y daños en sus pulmones, debido a los gases y la permanencia en las trincheras. Durante el transcurso de la guerra, aparte de los diarios, la gente se informaba a través de la radio y de los noticiarios que daban en los cines antes de cada función. Yo iba a los rotativos en las calles Ahumada y Bandera. La entrada era muy barata y daba lo mismo a la hora que uno llegara. Los domingos ir al Teatro Real, el más elegante, era todo un panorama.
Recuerdo que una vez, ya de noche, volviendo al colegio desde un campamento scout y cuando íbamos a dejar los bultos y nuestras pertenencias, vimos que el Salón de Teatro estaba ocupado. Ingresamos muy silenciosos por un corredor del segundo piso y pudimos observar que todos nuestros queridos sacerdotes estaban viendo los noticiarios alemanes que mostraban las victorias de su ejército en Francia. Estaban entusiasmados y aplaudían como niños chicos, sin que se nos pasara por la mente que eso podía ser repudiable.
NOTA: En el Boletín N° 7 continuaremos con los entretenidos recuerdos de José Tomás Guzmán.